martes, 29 de septiembre de 2015

Are we okay? Pesadilla en un avión


El domingo volví de mis vacaciones por el EID break. En Arabia tenemos dos EID (festividades), la primera es el EID al-Fitr que es la semana después de terminar el Ramadán, y la segunda es el EID al-Adha que es cuando se hace el peregrinaje a la Meca llamado Hajj, que todo musulmán tiene obligación de hacer al menos una vez en la vida (salvo los que no puedan por razones económicas o de salud).


A la hora de elegir el destino no es tan fácil como vivir en Europa, ya que las distancias son mucho más largas y la mayoría de los países que están cerca ahora no te recomiendan visitarlos, como por ejemplo Egipto a una hora y 45 minutos, Jordania a dos, Irán a 2:25, el Líbano a 2:40 o Turquía a 3 horas. Así que o tiras para Europa, que no tiene mucho sentido (a no ser que vayas a casa) o para Asia, que es lo que hice yo, ir a Singapur y Bali. Desde aquí hay un vuelo directo a Singapur que son nueve horas, pero como lo decidí en el último momento ya me salía muy caro y me cogí otro que hacía escala en Sri Lanka.

Salir de Arabia Saudí y más aún cuando empieza el EID se convierte en una pesadilla, ya que al ser una semana festiva todo el mundo quiere viajar, no solo los occidentales que trabajamos aquí, sino toda la gente, y sobre todo de países como Pakistán, India, Sri Lanka o Filipinas que han dejado a la familia atrás para trabajar y poder enviarles dinero, así como los que han ido a peregrinar a la Meca y vuelven con sus cajitas de agua sagrada del pozo de Zamzam*. 



















Salí de KAUST a las cuatro de la tarde, y llegué al aeropuerto casi tres horas antes de la salida de mi vuelo, por lo que estaba bastante tranquila. Sin embargo, cuando entré en el aeropuerto mi cara cambió. Cientos no, miles de personas apiñadas que casi no podías andar y menos encontrar el fin de la cola para facturar, y con el miedo de que el avión estuviera lleno y te dejarán en tierra (algo que pasa muy a menudo). Como ya conté en otra entrada, el aeropuerto de Jeddah es considerado el segundo peor del mundo, así que lo más recomendable es hacer la facturación online para que no te quedes en tierra.

Después de hora y media en la cola, respirando a humanidad y con el maleducado de atrás empujándome con el carrito, conseguí mis billetes y me fui a las puertas de embarque.

Pensando que el vuelo saldría a su hora me tomé la pastilla que el médico me dio para relajarme en el avión, ya que lo paso muy mal en los aviones. Dieron las 20:00 (hora de salida de mi vuelo) y ni anunciaban la puerta ni te daban ningún tipo de información. Las 21:00, la pastilla me empezó a hacer efecto. Las 22:00 y ya andaba atontada, tambaleándome por el aeropuerto. 





Casi las 23:00 y ¡por fin apareció la puerta!













Despegué a las 23:30 haciendo escala en Sri Lanka y con la seguridad de que perdería mi vuelo a Singapur. El avión parecía un autobús, los asientos más incómodos en los que he viajado, la mitad del pasaje con resfriados, y para colmo no pude comer, ya que la comida picaba como el demonio (algo que tendré que recordar para la próxima vez que vuele con Sri Lanka Airlines). Eso sí, las azafatas muy monas con sus saris.



Al llegar a Sri Lanka ya había perdido mi vuelo y me dieron un billete para el siguiente que salía a medio día.

De Sri-Lanka a Singapur son cuatro horas, la primera hora y media fue bastante bien, además el avión era más cómodo.  Yo iba sentada en el pasillo y en el asiento del otro lado, una americana que tendría más o menos mi edad con su marido e hija, y con los que ya había coincidido en el anterior vuelo desde Jeddah.

Aunque no dormida, estaba medio adormilada cuando el avión empezó a dar saltos por las turbulencias. Sin moverme, abrí los ojos y me encontré con la cara pálida de la americana al otro lado del pasillo, mirándome fijamente, preguntándome “Are you okay?”, le dije “Yes, I am ok”. Quise volver a cerrar los ojos, pero a partir de ese momento el avión empezó a sacudirse con más fuerza a la vez que descendíamos a toda velocidad. Las azafatas corrieron a sus asientos, miré hacia atrás y todos tenían las caras desencajadas, no se oía nada salvo el ruido del avión al descender a toda velocidad y los ronquidos del único hombre al que ni las turbulencias despertaron. La americana volvió a mirarme y me dijo “ARE WE OKAY?”, dije “Yes” pero volvió a repetir “Are we ok?, are we ok?”, así hasta al menos cinco veces seguidas. Se quiso tomar una pastilla, pero con los nervios y las sacudidas se le cayó al suelo. Me pasé la siguiente hora hablando con ella para distraerla, aunque entre una frase y otra soltaba un “are we ok?”

Una hora antes de aterrizar las turbulencias pararon y por fin se quedó dormida y yo pude leer un rato.

Llegué a Singapur casi a las 7 de la tarde, con el tiempo justo para coger mi siguiente vuelo a Bali, con la aerolínea Air Asia, en un avión con asientos de cuero negros y rojos, música chill out y azafatas con minifaldas rojas. 

























* Según cuenta la historia, este pozo fue revelado por el ángel Gabriel a Hagar (la segunda esposa de Abraham) y a su hijo Ismael cuando estaban a punto de morir de sed en el desierto.

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